Anexo documental:
Acerca de la libertad del hombre1
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About the freedom of man
Otra de las dimensiones de la vida personal es la libertad. Durante los últimos siglos, la libertad, que es ante todo una cualidad interior del hombre, se ha materializado en una serie de derechos objetivos de autodeterminación social. Hoy luchamos por la libertad de expresión, por las libertades políticas, por la libertad religiosa, etc. Olvidamos que es el sujeto individual la fuente de la libertad y la buscamos en las instituciones sociales. No es extraño que mientras se proclama la libertad a gritos, se caiga inconscientemente en las más bajas alienaciones. Resulta, pues, necesario redescubrir la verdadera función de la libertad en la vida de las personas.
Al concebir el ser de la libertad podemos caer en dos errores. Podemos imaginarla como algo concreto y palpable en el hombre, que se puede definir y describir con toda exactitud. O podemos entenderla como una pura casualidad inapresable, y por tanto indefinible, que explica la imprevisibilidad de nuestros actos denominados “libres”. Ambas posturas constituyen extremos inaceptables en la concepción de libertad.
La libertad, primeramente, no es una simple concepción para designar una reacción humana que todavía no comprendemos y que la ciencia puede algún día reducir a los mecanismos de determinación orgánica. La libertad es algo vital y objetivo en el hombre, que nos permite hablar de grados en su posesión y afirmar que una persona es más libre que otra o es más libre hoy que ayer. Pero la libertad, en segundo lugar, tampoco es un órgano o una facultad que se desarrolla físicamente como cualquier parte del cuerpo humano. La libertad no crece espontáneamente, sino que se conquista. No nacemos libres, sino que nos volvemos libres a medida que luchamos constantemente por mantener la autonomía de nuestras decisiones.
La libertad del hombre se explica por su racionalidad. El hombre no solo apetece las cosas para satisfacer instintivamente sus necesidades inmediatas, como hacen los animales, sino que puede valorarlas de acuerdo a determinadas categorías de orden inmaterial y de interés remoto. Es así como escapa a los determinismos biofísicos de la naturaleza y se abre al vasto campo de la autodeterminación. Cuanto mayor sea su capacidad crítica o su lucidez de juicio, mayor y más eficaz será su libertad.
Ahora bien, esto no nos debe inducir a pensar que la libertad humana es ilimitada o absoluta. Hay quienes sedientos de autonomía, no se resignan a aceptar que ésta puede tener limitaciones. La persona humana, decíamos anteriormente, está situada, encarnada. Tanto su corporeidad individual como su ubicación espacio-temporal reducen notoriamente el campo de sus aspiraciones ideales. Quien posee una inteligencia mediocre en vano soñará con las posibilidades de invención propias del genio, y quien nació en una tribu salvaje difícilmente podrá utilizar los adelantos técnicos de la sociedad industrializada. Las demás personas conforman otro capítulo de limitaciones para la libertad de cada uno. Decíamos y con toda razón, que mi libertad termina allí donde comienzan las libertades de los demás. Yo no soy libre para usar las cosas que pertenecen a otro como su propiedad. Finalmente, el universo de los valores, expresados en principios, ideales y consagraciones, delimita la libertad en sus posibles opciones. Si consagro mi vida a la lucha por la justicia, no soy libre para pagar a los obreros un salario infrahumano. Si opto por el matrimonio, no soy libre para abandonar a mi cónyuge cuando lo desee.
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1 Tomado de Germán Marquínez Argote, Luis José González Álvarez, Francisco Beltrán Peña y Emilio López de Ipiña. El hombre latinoamericano y su mundo, 3.ª ed., Bogotá, Editorial Nueva América, 1980, pp. 199 a 201.
Nuevos Paradigmas de las Ciencias Sociales Latinoamericanas issn 2346-0377
vol. VIII, n.º 16, julio-diciembre 2017, pp. 215 a 216